El mundo intentará cambiar el rumbo ambiental del planeta en la Conferencia de la ONU.
Nuestro hogar está averiado y no tenemos uno de repuesto. ¿Mudarnos a Marte o instalarnos en el cercano Venus? Mientras la imaginación vuela y se sintoniza con soluciones quiméricas y de leyenda, es claro que a la raza humana no le queda otra alternativa que cambiar de rumbo y comenzar a pensar en arreglar su única morada, esto si no quiere extinguirse antes de tiempo.
La historia habla de muchos intentos por cambiar la forma de vida en un planeta cada vez más sobreexplotado. Todo con tal de enmendar las grietas ambientales y seguir nuestro viaje intergaláctico sin turbulencias a la vista.
Río+20 es uno más de esos empeños. Así ha sido bautizada la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible que arrancará en esa ciudad brasileña el próximo miércoles y que intentará trazar los pasos hacia un mundo más seguro, más equitativo, más limpio, más verde y más próspero. Ese es en teoría el objetivo de esta reunión global que reunirá a más de cien jefes de estado en la ciudad más carismática de Brasil, y donde se deberán trazar pasos certeros para que dejemos de ser la especie más depredadora. "La Tierra tiene fiebre y nosotros somos su virus. Algo tendremos que hacer para evitar que su sistema inmunológico nos elimine irremediablemente ", explica el ambientalista Gustavo Wilches Chaux.
El mundo cambió en los últimos 20 años. Ahora consumimos sin medida, utilizamos mucha energía y ejercemos más presión sobre los recursos naturales. De ahí que esta sea una oportunidad para instalar el desarrollo sostenible en la agenda política y económica.
Por eso, muchos confían que el viernes de la otra semana la cumbre termine con un acuerdo político que impulse la reducción de la pobreza, muestre una estrategia para garantizar que en 2050 haya suficiente alimento para los 9 mil millones de humanos que compartiremos el globo (hoy somos 7 mil millones) y se impulse la instalación de energías renovables como la solar o la eólica en ciudades, para que se quemen menos combustibles fósiles.
Ya hay pruebas de lo que esto último podría significar. Por ejemplo, en Abhu Dahbi, ciudad de Emiratos Árabes, están instalando una planta solar de 2,5 kilómetros cuadrados que generará 100 megavatios, lo que evitará la emisión de 175.000 toneladas de CO2 cada año, que es como retirar de circulación 15.000 automóviles o plantar 1,5 millones de árboles. En Dinamarca, con el parque eólico Horns Reef, generarán el 75 por ciento de la electricidad que utilizan por medio del viento para 2025 y cubrirán la demanda de 150 mil hogares durante un año sin arrojar una sola tonelada de contaminantes. Irlanda del Norte, por su parte, puso en funcionamiento la central hidroeléctrica más grande del mundo alimentada por las olas del mar. El proyecto se llama Oyster. Dará 12.500 puestos de trabajo y podrá satisfacer hasta el 20 por ciento de la demanda energética del Reino Unido.
Para que adelantos como estos puedan verse masivamente, o por lo menos en países en desarrollo, el bloque G-77 -integrado además por China- y que agrupa a casi toda América Latina y África, propone la creación de un fondo de 30.000 millones de dólares al año para financiar esos ideales.
Río+20 tiene un tinte mayoritariamente político. Pero también una pizca de romanticismo. Se realiza 20 años después (de ahí su nombre) de la famosa Cumbre de la Tierra de 1992, y cuatro décadas después de la Cumbre de Estocolmo de 1972, la primera conferencia de la ONU sobre medioambiente.
Esas fueron citas sosegadas, en las que nadie tenía el agua al cuello y que arrojaron acuerdos para comenzar a arreglar algunos daños que ya comenzaban a notarse, entre ellos la Agenda 21 (un plan de acción para que los estados modificaran su modelo de desarrollo) y las convenciones sobre diversidad biológica y cambio climático. Pero nada se hizo.
Ahora, Río+20, busca pactos en medio del naufragio. Y precisamente esa es una de sus dificultades. Mientras Río-92 se hizo durante la Guerra Fría y entre el optimismo económico, Río+20 se inaugura en momentos de ruina y depresión y cuando muchos gobiernos no están dispuestos a asumir compromisos que impliquen sacrificios.
François Hollande, presidente de Francia, lanzó una frase en ese sentido: "No espero mucho. Hay un clima de discrepancias y de intereses enfrentados". A eso se suma que a Brasil no irán Barack Obama, presidente de EE. UU., tampoco el primer ministro británico, David Cameron, ni la canciller alemana, Angela Merkel, que siempre lideran consensos.
A pesar de todo, Hollande deja espacio para el optimismo, el que tampoco oculta la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, para quien la reunión sería exitosa si al menos formulara un plan, ni confuso ni fantasioso, para que el mundo empiece a respetar la naturaleza.
Colombia sigue sin reglamentación
Parte del reto que tiene por delante el planeta es crear la forma más sustentable posible para aprovechar la naturaleza sin sobre explotarla, mientras se impulsa el crecimiento económico.
Hoy, el uso de la naturaleza es intenso y la Tierra tarda año y medio en regenerar los recursos que los seres humanos consumimos en 12 meses.
Frente a esto, existe un tema que, después de más de 20 siglos de evolución, la humanidad aún sigue sin ordenar plenamente y sobre el que la Cumbre de Río + 20 tendría que discutir: la conservación y explotación de la diversidad biológica; es decir, el manejo que el hombre les da a las plantas y a los animales para producir recursos que mejoren su nivel de vida.
¿Cómo distribuir justa y equitativamente los beneficios que se derivan de la utilización de bienes tales como una medicina contra el cáncer que se extraiga de una medusa o el perfume que una multinacional fabrique a partir de una flor amazónica?
Hace 20 años, en Río 92, se creó el Convenio sobre Diversidad Biológica, el primer acuerdo mundial enfocado en la conservación y el uso sostenible de esa biodiversidad. Sin embargo, fue solo en el 2010 cuando, en Nagoya (Japón), se logró adoptar un protocolo que pudiera ponerle reglas claras a ese manejo.
Colombia fue el primer país en firmarlo, el 13 de enero de 2011, pero aún falta su ratificación, que deberá hacerla el Congreso aprobando un proyecto de ley.
Eso mismo tendrán que lograr un mínimo de 50 países para que el Protocolo de Nagoya rija a nivel global y ponga reglas al uso de recursos genéticos, lo que sería el fundamento del desarrollo económico basado en la sustentabilidad.
La idea es que, por ejemplo, la multinacional que usa una rana colombiana para producir un medicamento tenga que solicitar consentimiento a la autoridad nacional y acordar la distribución de beneficios monetarios y no monetarios; no podrá aprovecharla gratis.
Igualmente, hoy, cuando se estudian las propiedades genéticas de una planta para desarrollar nuevas tecnologías, la industria farmacéutica o una empresa cosmética pueden usar la misma planta o flor para producir tanto un medicamento como una fragancia; pueden aprovechar sus propiedades bioquímicas sin solicitar acceso a esos recursos al país de origen y sin distribuir beneficios.
Con la ratificación del Protocolo de Nagoya, la obligación se extendería a la investigación, desarrollo y comercialización de los recursos genéticos y de los bioquímicos.
Fernando Casas, economista colombiano y quien lideró la exitosa negociación de ese protocolo, dice que países como Colombia deben entender que su mayor potencial es la biodiversidad.
"Es difícil, porque estamos 'formateados' de una manera distinta y creemos que nuestra riqueza está en otras cosas. El Gobierno ha entendido que la biodiversidad es importante, pero falta pasar del discurso a la acción".
Para Casas, el país debe desarrollar capacidad institucional para dejar de ser únicamente proveedor de recursos, y en algún momento pasar a usarlos para agregarles valor.
De esta forma, la nación podría posicionarse en el desarrollo de nuevas medicinas o nuevos materiales, como ya lo hacen empresas públicas y privadas de Sudáfrica, Indonesia, Malasia o Brasil.
En este último país, la firma Natura ya desarrolla y vende en el mundo productos cosméticos elaborados con base en recursos extraídos responsablemente del Amazonas.
En Colombia el tema está apenas en desarrollo. Precisamente, de cara a la Cumbre de Desarrollo Sostenible de la ONU, el país está trabajando en un decreto que reglamenta las condiciones y el procedimiento a los que deben sujetarse las personas naturales o jurídicas que soliciten acceso a los recursos genéticos. El texto de esta reglamentación se encuentra en proceso de construcción. Está pendiente, entre otras cosas, un proceso de consulta previa con comunidades indígenas, negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras, que habitan en territorios de donde se extraerán los recursos. Voceros del Ministerio de Medio Ambiente indicaron que ese decreto podría estar aprobado en diciembre de este año.
Objetivos del país en la cumbre
Colombia quiere ser protagonista en Río + 20. La Cancillería propondrá que la conferencia global apruebe el cumplimiento de ocho Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Es decir, el país quiere que, así como hay ocho Objetivos del Milenio definidos por la ONU para cumplir antes del 2015 (como reducir la pobreza y la mortalidad infantil), se fijen para el planeta metas u objetivos ambientales para equilibrar el crecimiento económico y el uso de los recursos naturales. Esos ODS se agrupan en ocho puntos: seguridad alimentaria, incremento del acceso al agua, asegurar servicios de energía, impulso de ciudades sostenibles, océanos saludables, disminución de tasa de destrucción de ecosistemas, mejoramiento de la eficiencia en el uso de los recursos (consumo) y aumento del empleo para bajar proporción de personas con ingresos inferiores a un dólar al día (reducción de la pobreza).
Cumbre indígena
Declaran fracaso de economía verdeEn Río de Janeiro se desarrolla desde el viernes la Cumbre de los Pueblos, con la participación de 20 mil personas integrantes de movimientos indígenas y sociales de todo el globo. Sus voceros han declarado el "fracaso de la economía verde" y están en contra de lo que han llamado la "mercantilización de la naturaleza". El encuentro se opone a la cumbre Río+20 de la ONU y trabajará paralelamente a esta.
JAVIER SILVA HERRERA
Redacción Vida de Hoy
Así opinan
Philippe Joubert
Consejo mundial para el desarrollo
"No podemos seguir funcionando como si el capital natural del planeta fuera ilimitado y gratuito. El punto de no retorno se acerca".
Dilma Rousseff
Presidenta de Brasil
"En la Cumbre de Río + 20 tendremos una misión difícil: proponer un modelo de crecimiento que no sea confuso ni fantasioso".
Julia Marton-Lefevre
Directora mundial de la UICN
"La pérdida de biodiversidad nos hace frágiles. Deseamos que empresarios inviertan en la naturaleza, y que lo hagan rápido".
Jim Leape
Director mundial de WWF
"En Río + 20 habría solo dos escenarios posibles: un acuerdo limitado que carecería de sentido o un fracaso total".
Brasil: crece con poca sustentabilidad
Ahora que se celebra la Cumbre de Río + 20, es necesario reconocer que el mundo no ha cambiado sustancialmente su modelo de desarrollo ni los patrones de consumo que lo caracterizan. Al contrario, cada vez más países se suman a la escalada consumista que lidera el mundo desarrollado, a pesar de las crisis financieras que lo sacuden.
En ese escenario se debate Brasil, como anfitrión de Río + 20, que desde la Cumbre de la Tierra en 1992 ha hecho enormes esfuerzos por conciliar sus necesidades de crecimiento económico y el cumplimiento de sus compromisos con los principios del desarrollo sostenible, la Agenda 21 y las convenciones de diversidad biológica y cambio climático que se derivaron de la misma.
Hay que reconocer que se han producido avances significativos en la política y arquitectura normativa e institucional brasileña, tales como la creación del Ministerio del Ambiente, en 1992; una mayor y creciente participación de la sociedad en la gestión ambiental, y la profundización de una matriz energética limpia, en la que la masificación del uso de etanol permite movilizar cerca de la mitad de su flota automotriz de vehículos livianos. Sin embargo, frente al dilema de desarrollo versus sustentabilidad, Brasil no siempre ha conseguido salir exitoso, como tampoco lo han conseguido los demás países de América del Sur.
A pesar de la reducción en las tasas de deforestación, para citar un solo ejemplo, que alcanzó el récord de 26.000 kilómetros cuadrados en el 2004, hoy esa cifra puede estar alrededor de los 6.500 kilómetros cuadrados anuales (algo así como deforestar una superficie como la de Caldas cada año). En esta misma tónica y durante la última década, Colombia también ha entrado en la lógica de sacrificar sus recursos naturales ante el imperativo de conseguir los ingresos económicos que requiere para alimentar su modelo de desarrollo, a todas luces inequitativo, ya que sus beneficios no alcanzan a la mayoría de la población.
La expedición de más de 10.000 títulos mineros así lo atestigua, mientras languidece el Sistema Nacional Ambiental. Contrariamente a lo que nos quieren hacer creer, solamente un sector ambiental participativo y fuerte, institucional, técnica y financieramente, puede garantizar que Colombia concilie sus necesidades de crecimiento con el uso sostenible de su inmensa riqueza natural. Lo contrario será, como reza el dicho popular, quedarnos "sin el pan y sin el queso".
FRANCISO RUIZ MARMOLEJO
Vía EL TIEMPO
Exsecretario general de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (Otca).
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